Diario del confinamiento

Aperitivo confinado

3 de abril
La policía sigue poniendo multas a diario a los que se saltan el confinamiento sin un motivo razonable recogido en el decreto ley del todos a casa. Pocos me parecen para los días que llevamos encerrados. Y los que nos quedan... . Nuestro grado de disciplina y acatamiento de las normas será estudiado algún día. Ayer en el telediario sacaron a uno que se había echado a las calles corriendo vestido de superhéroe, con unas mallas plateadas. Debió de ser el típico gracioso que se disfrazó en casa, para matar el rato en esa hora tonta de antes de la cena, y le dijo su hermano, o un colega, en directo, o por videollamada, que es como nos hablamos ahora, "¿a que no hay huevos de salir así a la calle?". Y él, "a que sí". Lo que desde luego no se esperaba era salir en el telediario. Por vergüenza ajena le pixelaron la cara.
Ya no sabemos cómo entretener estas horas del encierro. Mucho he pensado estos días en los visionarios  que se compraron una panificadora del Lidl, que habrá pasado de estar acumulando polvo, olvidada en una esquina de la cocina a estar ahora panificando sin parar, como en un horno industrial. Hasta una compostadora echo yo de menos tener ahora, porque ahora sí que hay tiempo de hacer compost, de verlo compostar y convertirse en abono orgánico . Si las sacaran a la venta en el Lidl nos les duraban ni una hora. Se las quitaban de las manos.
Si hay algo que me tranquiliza es la tendencia de nuestras compras de primera necesidad durante este encierro: hemos pasado de acaparar papel higiénico a arrasar con las cervezas, las aceitunas y las patatas fritas en los supermercados. Vamos, que superada la primera fase de pánico inicial, que no sé por qué provoca una necesidad compulsiva de papel higiénico, -en plan, que el fin del mundo no me pille sin poderme limpiar el trasero-, hemos vuelto a recuperar las ganas de tomarnos un aperitivo. Confinado, pero aperitivo al fin y al cabo.

Espejismo

30 de marzo
El domingo pasado, día décimoquinto de confinamiento, hizo una jornada maravillosa en Madrid. El cielo estaba azul intenso y excepcionalmente limpio, impoluto, probablemente como nunca antes porque la contaminación ha bajado a mínimos históricos -una de los pocos, sino el único, puntos positivos de este encierro-. El sol brillaba con fuerza y no soplaba ni una brizna de aire. Y no sé si sería debido a esa ausencia de contaminación o a la fuerza de los primeros rayos de la primavera , pero todo se veía tan claro y tan luminoso que parecía que estaba a punto de hacerse transparente, como si fuera un espejismo. Pasé un buen rato en la terraza -sí, soy de los afortunados que cuentan con una terraza desde la que mirar al cielo y tomar el sol- dejándome envolver por ese espejismo urbano, disfrutando del sol caliente sobre el rostro, contemplando los contornos desdibujados de los edificios y pensando en la irrealidad que parecen estar adquiriendo nuestras vidas. Irrealidad que se convierte, de golpe, en pesadilla para aquellos que han perdido a un ser querido, sin poderle ver ni despedirse.
La semana pasada murieron los padres de dos amigos cercanos, fueron dos de las 769 víctimas del coronavirus del viernes 27 de marzo. Los dos ingresaron con una neumonía que no parecía grave en un principio, pero que se complicó a los pocos días causando un deselance fatal en menos de una semana. Que se te muera tu padre es jodido siempre, pero que lo haga en un escenario de una película de ciencia ficción, sin haber podido verlo ni despedirte, sin poderse abrazar con nadie,  teniendo que llorarlo a solas con la mascarilla puesta, lo es, sin duda, mucho más. A cuánta gente se les está privando del ritual del duelo.
"Es un virus muy errático", les advirtió a mi amigo la médico que trataba a su padre en un hospital de Madrid. A las 5 de la tarde del que sería su último día, su padre le mandó un mensaje a su madre, "Estoy mejor, estable" . Una hora después les llamaron para decirle que había muerto.  Corrieron al hospital, pudo entrar a ver el cuerpo solo la madre, "vestida de astronauta", me cuenta su hijo. Los familiares no se pudieron ni abrazar, se consolaron de lejos, con la mirada, con la mascarilla puesta y manteniendo la distancia de seguridad. En unos días, o semanas, les llegarán las cenizas desde quién sabe dónde. Probablemente su madre seguirá mirando aquel último mensaje, sin creerse lo que ha ocurrido, sumida en esta cruel irrealidad que, sin embargo, se está llevando a tantos y a tanto por delante.
 Ensaladilla rusa
25 de marzo. 11º día de confinamiento.
Ha salido el sol y, para celebrarlo, de comida he hecho ensaladilla rusa, que es algo que solo cocino en verano. Ha sido recibida con entusiasmo por toda la familia y durante unos minutos, mientras la comíamos, parecía que todo era normal. El telediario nos ha devuelto a la realidad pero fue bonito mientras duró.
He salido a comprar pan y fruta. Mi madre me insiste en que no salga tanto, que compre mucho pan y congele pero debería tener un arcón congelador para almacenar todo el que comemos en varios días. El otro día hice pan, pero podría haber servido para cimentar un puente, no os digo más. Tuvimos que tirarlo porque no tenemos una radial en casa para cortarlo. 
Cada día se ve menos gente por la calle y la ciudad recupera sonidos que nunca habíamos oído, como el canto de los pájaros o las conversaciones de balcón a balcón. Unas señoras conversan animadamente de un lado a otro de la calle asomadas a la ventana, se cuentan que han hecho mucho caldo para tomar una tacita todas las tardes.
Ayer el día se me hizo más llevadero porque por fin logré encontrar un libro que me enganchara, La hija de la española, de la periodista venezolana Karina Sainz Borgo, una historia en un Caracas casi apocalíptico. No paré de leer hasta que lo terminé. Su atmosfera de una Venezuela prácticamente en guerra civil es tan angustiosa que al terminarlo me sentí aliviada de encontrarme en un Madrid en paz, aunque sea bajo arresto domiciliario.

Pensamientos absurdos

23 de marzo. 9º día de confinamiento.
Hoy tenía que salir a comprar el pan, pero amaneció lloviendo y he esperado a que dejara de llover, para una vez que salgo no lo voy a hacer bajo la lluvia.  Cuando por fin escampó me he echado a la calle pensando que a lo mejor el agüacero había limpiado el virus del ambiente. Qué cosas tan absurdas nos da por pensar estos días. ¿Cuántas veces al día pensáis que se trata todo de una pesadilla de la que vas a despertar? Yo como poco un par de veces al día, sobre todo por la noche, cuando estoy viendo una película o alguna serie y de repente pienso, qué cosa más loca he soñado. Y tardo varios segundos en asimilar que no se trata de un sueño, sino de algo que está ocurriendo. 
Para salir hoy he decidido quitarme quitado el chándal y vestirme de persona normal con unos vaqueros y botas. Mi hija, se ha sorprendido al verme en estos preparativos y me ha preguntado casi preocupada: "¿Adónde vas?". Se ha debido de pensar que como poco iba a escaparme de casa. Lo normal ha adquirido carácter excepcional. 
Por la calle se ve ya mucha menos gente que hace dos días. Es estremecedor el silencio. Se sigue viendo gente cargada, de forma absurda,  como que salieron a comprar el pan con una bolsa de tela pequeña y vieron que había papel higiénico y pollo y, aunque no lo necesitaban, compraron por si acaso. Y vuelven a casa muy cargados, con la bandeja del pollo bajo el brazo, arrastrando los pies. La gente evita ya no solo el contacto físico, sino también el visual al cruzarse con alguien por la calle, como si el virus se fuera a trasmitir por la mirada. Una señora mayor se detiene en seco al verme cruzar la calle, como si la fuera a asaltar. 

Estragos físicos

22 de marzo. 8º día de confinamiento
Mientras desayuno - me he levantado tarde, para lo que que hay que hacer...- me entero de que han prolongado dos semanas el estado de alarma y, por tanto, el encierro. Dos semanas más cuando ni siquiera hemos terminado las dos primeras. Echo mano del calendario del móvil para comprobar que será hasta el 13 de abril. Mi hija se pone a llorar porque su cumpleaños es el 6 de abril. Me dan ganas de llorar también a mí, pero me parto otro trozo generoso del bizcocho de arándanos que hicimos ayer y logro que se me pase el disgusto, es lo bueno que tiene el haber rebajado al mínimo las expectativas vitales.
Hoy comenzamos la segunda semana de encierro y ya noto los estragos físicos y eso que yo no soy de fácil engorde, pero aún sí noto que me estoy ensanchando a ojos vistas. La operación bikini a tomar por saco. Me consuelo pensando que este verano estaremos todos igual. Habría que hacer un esfuerzo por evitar ganar demasiado peso, por poner coto a la lorza. Ni siquiera puedo pesarme, porque justo antes del encierro se me había roto la báscula y no me dio tiempo a comprar otra. Agarro una cinta métrica y me mido la cintura y la cadera. Nunca, ni en mis mejores momentos, estuve yo en el 90-60-90 pero ahora me estoy quedando sin cintura. A este paso termino el encierro convertida en un bolo, o una matriuska. 

Pequeños placeres desconocidos

21 de marzo. 7º día de confinamiento.
Hoy tendría que haber estado en un retiro de yoga. Y mi hijo mayor en un viaje escolar a Portugal. Dentro de poco dejaremos de llevar la cuenta de las cosas que tendrían que haber ocurrido si no hubiéramos estado confinados. La vida como era antes cada vez se nos va a antojar más lejana e inverosímil.
¿Llegaremos a habituarnos a vivir solo en casa? Por de pronto las expectativas se van también adaptando a la nueva situación y supongo que eso es bueno: hoy me ha llenado de felicidad, no exagero, el encontrar al fondo de un cajón que estaba ordenando -no va a quedar un solo rincón de nuestras casas sin ordenar- un recambio para mi cepillo de dientes eléctrico. Me he lavado los dientes con una satisfacción que nunca antes había experimentado al hacerlo. Un placer inimaginable el lavarme con un cepillo nuevo, porque el que tenía estaba tan viejo que era como hacerlo con un palo. Imaginaos lo felices que seremos cuando recuperemos las cosas que antes nos hacían felices. Nuestra vida va a ser un subidón permanente. 
Hoy he visto a mi hermana. Vive muy cerca de mí y ha pasado a buscar un bote de detergente con lejía que le compré ayer porque ella no había logrado encontrarlo. Venía del supermercado y ya de paso me ha comprado el pan y así hoy no salgo. He bajado al portal y allí nos hemos intercambiado los productos sin tocarnos, manteniendo la distancia de seguridad. El encuentro furtivo ha durado pocos minutos, no nos hemos atrevido a prolongarlo mucho. Han pasado dos vecinos que nos han mirado extrañados. de vernos ahí de cháchara en el portal.
Una tía mia cumple hoy 90 años. No podremos ir a felicitarla ni a celebrarlo. Queda pendiente el chocolate con churros para cuando salgamos de esta, le digo por teléfono. Con muchos churros, responde ella . Muchos churros. 

El ritual de la limpieza

20 de marzo. 6º día de confinamiento
Llevamos menos de una semana encerrados y ya estamos empezando a adquirir ciertos hábitos, es curioso cómo el ser humano es capaz de adaptarse a situaciones que hasta hace muy poco nos hubieran parecido inconcebibles. A mí me ha dado por limpiar maniacamente la casa. Cuando todas las certezas externas se desmoronan y reina la incertidumbre, produce cierto consuelo mantener limpio y ordenado tu pequeño fragmento de mundo, lo poco que está en tu mano controlar. Como si sacándole brillo a la grifería pudieras contribuir a frenar la expansión del virus; los humanos somos seres absurdos. Pero por lo menos mientras lo hago no pienso en otra cosa. Eso sí que es verdadero mindfulness, concentración total, toda tu mente focalizada en limpiar a fondo los sanitarios. 
Todas las mañanas después de desayunar -a la hora de siempre, aquí no hemos alterado los ritmos vitales y seguimos acostándonos y levántandonos a la hora de siempre- me visto con mi ropa de faena y me hago con todo el instrumental de limpieza, a saber, cepillo, fregona, mopa, trapo del polvo, estropajo, bayeta y líquidos de limpieza surtidos, que no falte el detergente con lejía, todo un artículo de lujo últimamente, lo más buscado en los supermercados junto con el papel higiénico. Y así de preparada voy por toda la casa avanzando como un verdadero pelotón de limpieza, dejándolo todo como los chorros del oro. Lo hago sin prisa, demorándome en lugares a los que hacía mucho tiempo que no llegaba el cepillo y menos aún la fregona. Limpio los azulejos de cocina y baños casi uno por uno. 
No soy la única poseida por este afán. Ayer por la tarde mi hijo mayor se dispuso a fregar su habitación, pero lo hizo con tanto ímpetu que rompió el escurridor. Esta mañana fui a comprar uno nuevo, no podemos pasarnos sin fregona un solo día. Artículo de primera necesidad (sobre todo, mental). De esta vamos a salir con la casa como una patena. 

El perfume

19 de marzo. 5º día de confinamiento.
A mi padre le encantaba echarse colonia. Lo hacía todos los días después de afeitarse, lo suyo no era ponerse una gota de perfume, no, se echaba la colonia, fuera la que fuera, a chorros, como si se tratara de aftershave barato. Luego iba dejando un rastro de olor por dónde pasaba. "Te has duchado en colonia", le decíamos riendo. Por el Día del Padre cada año yo le regalaba un frasco de un perfume diferente; –se había convertido ya en tradición- . Al principio elegía cuidadosamente el aroma, fresco, no muy fuerte ni especiado. Pero acabé teniendo en cuenta sobre todo la cantidad, compraba directamente el envase más grande. "Te tiene que durar hasta el próximo año", le decía cuando desenvolvía el paquete alborozado, haciéndose el sorprendido, y abriendo el bote para probarla echándosela por encima. Y cuando se le iba acabando me iba enseñando el bote, como para que fuera ya eligiendo otro nuevo.
Este será mi primer Día del Padre sin padre. Y no sé porqué os lo cuento. Este 19 de marzo será, espero, casi ya la última etapa de ese peculiar via crucis del duelo, esa travesia del desierto que, dicen, dura un año en el que tienes que recorrer todas las fechas significativas (la primera Navidad, el primer cumpleaños, el primer verano…) sin esa persona querida . Nunca imaginé que el duelo iba a ser algo parecido a vagar, en soledad, por el fondo del océano esquivando cargas de profundidad.
Este año tampoco habría podido abrazarlo, porque este 19 de marzo nos pilla a todos encerrados en casa, sin poder salir a celebrarlo con nadie. Es un día tan raro que me está doliendo casi menos de lo que temía. Hoy seremos muchos los que, por unas u otras razones, no podemos abrazar a nuestros padres.
Y menos mal que ya tenía comprado desde hace tiempo un frasco de colonia buena para que mis hijos se la regalen a su padre. Porque el 19 de marzo para mí tiene que tener olor a perfume masculino. Celebremos, por dios, celebremos. Os dejo que me voy a hacer arroz con frijoles y una tarta de crema. Buen Día del Padre a todos.

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